Hay
historias de terror que por sí mismas pueden poblar las pesadillas nocturnas de
toda una vida, pero si además esas historias están acompañadas por hechos
históricos de los que no te puedes abstraer la experiencia resulta espeluznante.
Raro es la persona que no conozca lo que ocurrió en Salem, un episodio negro
donde las mayores bajezas del ser humano se dieron la mano con el histerismo y
la perversión de una religión llevada al extremo.
Arthur
Miller reflejó a la perfección en esta obra de teatro lo que ocurrió en esa
aldea de Massachusetts en 1692. Las luchas internas entre
las familias y las envidias por lo que tiene el otro fueron el caldo de cultivo
para que unas chiquillas, debidamente dirigidas por sus familias o en su propio
interés, desataran una oleada de acusaciones de brujería que llevarían a que 25
personas, en su gran mayoría mujeres, fueran condenadas a muerte, y eso sin olvidar
a todos los que fueron encarcelados. Todo ello en un escenario de histeria y de
alucinación donde la religión fue utilizada de la forma más perversa posible en
un simulacro de proceso judicial que pone los pelos de punta.
Pero no sólo
nos tenemos que quedar con esta caza de brujas de 1692. Miller utilizó esta
obra para reflejar la caza de brujas que él estaba padeciendo en 1950, cuando
el senador Joseph McCarthy perseguía como un perro de presa a todo lo que olía
a comunismo. Miller efectivamente fue acusado de simpatías comunistas y
presionado para que denunciara a los miembros de un círculo literario
sospechoso del mismo crimen, pero no dio ni un solo nombre, provocando así que
fuera declarado culpable de desacato al Congreso. Afortunadamente años después se
anuló la sentencia.
Si por algún
motivo tenemos que conocer a Las brujas de Salem es porque tenemos una obra que
encierra una dura enseñanza: que nunca se nos olvide que la religión, la
política o las ideas pueden pervertirse y llevarse a un extremo en el que los
derechos individuales desaparezcan y perezcamos bajo su yugo.
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