El arte ha
evolucionado saltando de los lienzos a los cuerpos de modelos humanos en lo que
se denomina pintura hiperdramática. Desde el punto de vista técnico y como los
cuadros de cualquier pinacoteca actual se tratasen, los modelos pasan por una
etapa de imprimación para posteriormente recibir las pinturas directamente
sobre sus pieles. Acompañados por un atrezo y una iluminación determinada pasan
a convertirse en auténticas obras de arte que se exhiben en museos, galerías o
en el salón de quien pueda permitirse los gastos. Desde el punto de vista del
modelo la cosa no es tan simple y es que estos lienzos vivientes pasan a un
estado de deshumanización más que evidente, partiendo del durísimo
entrenamiento físico para llegar al estado llamado “Quietud” en el que el
modelo adquiere una postura y la mantiene durante horas independientemente de
lo incómoda que sea, hasta la eliminación de cualquier acto biológico del
cuerpo con pastillas como la salivación, la menstruación o la orina.
Y si en nuestra
realidad cuadros como la emblemática Gioconda han sufrido ataques directos con
ácido, piedras o pintura roja en la realidad de Clara y la penumbra también
puede ocurrir. Si se puede rasgar el lienzo de una obra de arte a cuchilladas
también se puede coser a puñaladas al modelo. Semejante atrocidad es lo que le
ocurre a Annek, una jovencita que encarna la obra del
principal artista hiperdramático Bruno Van Tysch titulada “Desfloración”, lo que provoca que
policía y la fundación privada del pintor se pongan alerta y busquen atrapar rápidamente
al asesino antes de que cunda el pánico entre el resto de los modelos y se
resientan las ventas a los coleccionistas de este tipo de arte.
Dicho esto sólo nos
queda por presentar al personaje al que hace referencia el título de esta
novela. Clara Reyes es una modelo que trabaja como lienzo en una galería de
Madrid a quien le hacen una visita unos hombres con una oferta muy seductora,
la posibilidad de convertirse en una obra de arte que pasará a la historia.
Algo para lo que está dispuesta a llegar muy lejos.
No he leído toda la
bibliografía de Somoza pero si he leído lo suficiente para afirmar, y de verdad
que no creo que me equivoque, que Clara y la penumbra es su mejor novela. En
ella consigue un equilibrio perfecto entre las dos tramas, por un lado la
investigación del asesinato y por el otro las vivencias de Clara como lienzo, y
se sirve de ambas para presentarnos una evolución del arte que pone los pelos
de punta. Lo que a priori podemos considerar como bello veremos que cae en la
más absoluta aberración. Hay un diálogo en la que habla la jefa de seguridad de
la fundación Bruno Van
Tysch que refleja perfectamente la deshumanización de la que hablamos:
-(…) Son pinturas que a veces se mueven y parecen personas. No es cuestión de terminología, sino de puntos de vista, y éste es el punto de vista que adoptamos en la Fundación.– El tono de voz de la señorita Wood era élido, como si de alguna forma misteriosa, cada una de sus palabras fuera una amenaza encubierta.– La Fundación se encarga de proteger y gestionar las obras de Bruno van Tysch en todo el mundo, y yo soy la principal responsable de la sección de Seguridad. Mi tarea, y la de mi colaborador, señor Lothar Bosch, consiste en impedir que los cuadros de Van Tysch sufran el menor daño. Y Annek Hollech era un cuadro que valía mucho más que todos nuestros sueldos y pensiones de jubilación juntos, detective. Se titulaba Desfloración, era un original de Bruno Van Tysch, estaba considerado una de las grandes obras de la pintura moderna y ha sido destruido (…)
Y si esto no provoca suficiente inquietud, Somoza nos da
pinceladas de otros aspectos del arte hiperdramático: desde modelos/lienzos
convertidos en muebles y utensilios al llamado “arte manchado” en el que parece
que se cae directamente en el sadismo.
Lo que más
me ha impactado de esta novela y por ende lo que más me ha gustado es cómo nos
muestra Somoza la veneración al arte hiperdramático y cómo se acepta la pérdida
de la dignidad que implica. No sólo estamos hablando de un grupo de esnobs con
suficiente dinero para sentar sus posaderas en la espalda de un modelo en vez
de en un Chester o de tener a una modelo ocho horas al lado de la chimenea,
estamos hablando de colas interminables en las puertas de los museos para ver a
los lienzos humanos cubiertos de pintura y rodeados de atrezzo sin moverse durante
horas ni para ir al baño. Y lo que resulta más incomprensible, estamos hablando
de personas dispuestas a todo para pasar a la posterioridad como obra de arte,
como Clara, cuya actuación final deja con la boca abierta.
Clara y la
penumbra ganó el Fernando Lara del 2001 y demuestra que en la literatura de
género de nuestro país hay historias muy buenas y más que recomendables.
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