El castillo de Otranto es una novela de 1764 considerada
como el texto que inaugura el terror gótico, de hecho si eres aficionado a este
género literario encontrarás los elementos que luego se repiten en las
historias que vinieron detrás: el castillo encantando, las maldiciones, los
fantasmas y presencias, las criptas, las doncellas en peligro, los tiranos
enloquecidos, etc, etc. El problema que tiene El castillo de Otranto es que no
ha envejecido todo lo bien que debería y al lector actual le puede chirriar
bastante la trama y cómo está contada, incluso con pasajes que pueden llevar a
la mofa, pero no se merece ni mucho menos dejarla caer en el olvido. Cualquier lector amante del género tendría que
acercarse a ella y disfrutarla con la mente abierta, incluso hacer de su
lectura un homenaje a su autor, Horace Walpole, quien nos hizo un precioso regalo
al abrirnos las puertas a este tipo de literatura.
“-¡Oh, señor! -replicó un torrente de voces-. ¡El príncipe! ¡El príncipe! ¡El yelmo!¡El yelmo! Impresionado por estos lamentos y temiendo no sabía qué, avanzó apresuradamente. Mas ¡qué visión para los ojos de un padre! Contempló a su hijo despedazado y casi sepultado bajo un enorme yelmo, cien veces mayor que cualquiera hecho para un ser humano, y ensombrecido por una cantidad proporcional de plumas negras. El horror de aquel espectáculo, la ignorancia de los circunstantes sobre cómo había acaecido la desgracia y, ante todo, el tremendo fenómeno que tenía ante él, dejaron al príncipe sin habla. Su silencio se prolongó más de lo que cabría atribuir al dolor. Fijó sus ojos en lo que en vano hubiera querido que fuese una visión, y pareció menos afectado por su pérdida que sumido en la meditación a propósito del insólito objeto que la ocasionara. Tocó y examinó el yelmo fatal, pero ni siquiera los restos sangrientos y despedazados del joven príncipe consiguieron que Manfredo apartara los ojos del portento que tenía ante sí. Quienes sabían de su gran afecto por el joven Conrado, estaban tan sorprendidos por la insensibilidad de su príncipe como por el milagro del yelmo. Trasladaron el desfigurado cadáver al salón sin haber recibido orden alguna de Manfredo. Éste tampoco dedicó la menor atención a las damas que permanecían en la capilla, y no mencionó a su esposa ni a su hija, aquellas desdichadas princesas."
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