Hace doce años, cuando escribía La carta esférica, tuve en las manos una medalla conmemorativa, acuñada en el siglo XVIII, donde Inglaterra se atribuía una victoria que nunca ocurrió. Como lector de libros de Historia estaba acostumbrado a que los ingleses oculten sus derrotas ante los españoles -como la del vicealmirante Mathews en aguas de Tolón o la de Nelson cuando perdió el brazo en Tenerife-, pero no a que, además, se inventen victorias. Aquella pieza llevaba la inscripción, en inglés: El orgullo de España humillado por el almirante Vernon; y en el reverso: Auténtico héroe británico, tomó Cartagena -Cartagena de Indias, en la actual Colombia- en abril de 1741. En la medalla había grabadas dos figuras. Una, erguida y victoriosa, era la del almirante Vernon. La otra, arrodillada e implorante, se identificaba como Don Blass y aludía al almirante español Blas de Lezo: un marino vasco de Pasajes encargado de la defensa de la ciudad. La escena contenía dos inexactitudes. Una era que Vernon no sólo no tomó Cartagena, sino que se retiró de allí tras recibir las suyas y las del pulpo. La otra consistía en que Blas de Lezo nunca habría podido postrarse, tender la mano implorante ni mirar desde abajo de esa manera, pues su pata de palo tenía poco juego de rodilla: había perdido una pierna a los 17 años en el combate naval de Vélez Málaga, un ojo tres años después en Tolón, y el brazo derecho en otro de los muchos combates navales que libró a lo largo de su vida. Aunque la mayor inexactitud de la medalla fue representarlo humillado, pues Don Blass no lo hizo nunca ante nadie. Sus compañeros de la Real Armada lo llamaban Medio hombre, por lo que quedaba de él; pero los cojones siempre los tuvo intactos y en su sitio. Como los del caballo de Espartero.
29 ago 2010
Pérez-Reverte en estado puro.
27 ago 2010
Grandes fragmentos VI
25 ago 2010
Atlántida

Gigantes con pies de barro tal vez sea la descripción que más nos defina a los seres humanos. Capaces de obras de ingeniería espectaculares que se asientan sobre un planeta que ya no nos es amable y que nos recordará lo pequeños que somos a su lado y lo desprotegidos que estamos.
Un escenario poco optimista el de la última novela del profesor de griego Javier Negrete, con un planeta cuyos movimientos en su interior son claramente hostiles y pondrán en jaque nuestra supervivencia, tal vez una réplica de algo que ocurrió hace 3.500 años y que supuso la desaparición de la poderosa y próspera Atlántida, la tierra de esos hombres y mujeres tan cercanos a la divinidad.
Y precisamente el mito de la Atlántida es el que da nombre a la novela y forma la columna vertebral de esta historia. Un mito conocido por todos pero que, tal y como ya consiguió Negrete en “Señores del Olimpo”, huele a nuevo, dándonos una narración de ritmo trepidante que quita la respiración, una carrera contra reloj para desentrañar los misterios de la antigua (y tal vez más actual de lo que nos pensamos) Atlántida a la vez que se lucha por la supervivencia.
¿Y sobre qué hombros caerá tan titánica tarea? Pues tal vez sobre el personaje menos heroico que nos podemos encontrar. Su nombre es Gabriel Espada, un alma errante que ya sobrevive como puede a su propio día a día, un hombre muy normal con sus propios fantasmas y sus propios problemas y que hará frente a lo que se le avecina. Por suerte tiene una tropa de personajes detrás para acompañarle en su peripecia, incluidos a algunos que tal vez han visto muchas cosas.
Atlántida en definitiva es una gran novela, en la línea de lo que nos tiene acostumbrados Negrete. Sus personajes son muy ricos en matices, verosímiles y profundos. Las descripciones de la Atlántida espectaculares, tan ricas en detalles que se forman sus imágenes perfectamente en tu cabeza, transportándote a un pasado remoto con soltura. La narración perfecta, manteniendo la tensión desde el principio hasta el desenlace, lo que hace que sea una historia tremendamente adictiva, de las que quitan horas de sueño para seguir leyendo. Es Negrete por los cuatro costados.
23 ago 2010
Poeta con guitarra
16 ago 2010
"Los pilares de la Tierra" salta a la televisión
9 ago 2010
La literatura y las demás artes
La poesía como un pintura que habla y la pintura como una poesía que calla

Sur la pente du talus, les anges tournent leurs robes de laine, dans les herbages d'acier et d'émeraude.Des prés de flamme bondissent jusqu'au sommet du mamelon. A gauche, le terreau de l'arête est piétiné par tous les homicides et toutes les batailles, et tous les bruits désastreux filent leur courbe. Derrière l'arête de droite, la ligne des orients, des progrès.Et, tandis que la bande, en haut du tableau, est formée de la rumeur tournante et bondissante des conques des mers et des nuits humaines,La douceur fleurie des étoiles, et du ciel, et du reste descend en face du talus, comme un panier, contre notre face, et fait l'abîme fleurant et bleu là-dessous.En la pendiente del terraplén, los ángeles cambian sus túnicas de lana en los pastos de acero y de esmeralda.Prados de llamas saltan hasta la cima del Mamelón. A la izquierda, la tierra del borde está pisoteada por todos los homicidios y todas las batallas, y todos los ruidos desastrosos siguen su curva. Detrás del borde de la derecha, la línea de los orientes, de los progresos.Y, mientras, la franja superior del tablero está formada por el rumor giratorio y saltante de las caracolas marinas y de las noches humanas.La dulzura florida de las estrellas y del cielo y de todo lo demás desciende ante el terraplén, como una cesta -contra nuestro rostro-, y forma el abismo fragante y azul allá abajo.
2 ago 2010
La silla

Para su próxima novela Daniel quiere sentir en sus propias carnes lo que sentiría su personaje si le atasen a una silla y le amordazasen, por lo que no duda en emularlo haciendo que Irene le amordace y le ate a una silla. Una excentricidad que no tendría por qué salir mal si no fuera el pistoletazo de salida para que las coincidencias y las desgracias arrasen su vida.
Si tuviéramos que definir con una sola palabra la historia de David Jasso sería sin duda "angustiosa". Pocos personajes sufren tal cúmulo de calamidades como sufre Daniel, encima con una atmósfera impregnada de cotidianidad que pone aún más los pelos de punta a un ritmo que hace recordar lo que decían en ese clásico inolvidable de "El jovencito Frankenstein": "podría ser peor, podría llover". El resultado es una historia absorbente, que se hace muy corta y en la que he encontrado lo que me prometió el autor en su dedicatoria: pasar un "mal rato".
Sin duda no hay que perder de vista a este escritor zaragozano, que además de La silla ha publicado Cazador de mentiras junto a Santiago Eximeno, Días de perros, con la que consiguió el premio Ignotus 2009, Feral y próximamente una antología de relatos bajo el título de Abismos, por lo que todavía tenemos lectura por delante mientras Jasso nos hace pasar un mal rato.